miércoles, 30 de mayo de 2012

La voracidad nerudiana

Escribí un artículo para el suplemento Dominical de El Comercio, sobre Pablo Neruda y sus amores circustantanciales y esenciales. Para algunos, el poeta Nobel no pasó de ser un Don Juan, un perpetrador de orgiastícos ritos (pretendió incluso alguna vez infructuosamente compartir las caricias de una mujer con García Lorca, quien huyó despavorido); para otros fue un amador de la mujer, así en abstracto. Bueno, hay un poco de todo.

El poeta fue un coleccionista de lo que llamaba sus "juguetes" (caracolas, máscaras, adornos extraños), los que dan vista a un museo en la casa de la Isla Negra. Decía el chileno enamorado a perpetuidad, silvestre a perpetuidad, hedonista a perpetuidad, devorador a perpetuidad, sibarita a perpetuidad, apasionado para siempre, que era apenas un omnívoro. En "Confieso que he vivido" resume su biografía en una frase: "Soy omnívoro de seres, acontecimientos, libros y batallas. Me comería la tierra y me tomaría el mar".

Con esa pasión, Neruda escribió sus versos, recitándole a lo más elemental. Una cebolla podía ser el objeto de una oda (Odas elementales), una silla un deleite, la memoria de una vieja peluquería con sus olores peculiares, el centro de una reflexión. Neruda amaba, celebraba a la vida, transaba con ella. Desde muy temprano conoció del mundo, a sus 24 fue cónsul en Rangún, nada menos; y transitó por todos los caminos del Asia y luego Europa y sus gentes.

Releyendo sus versos iniciales, descubro que han envejecido, se han dejado ganar por la cotidianeidad. Llamarán a la lágrima adolescente, pero no al análisis prolijo de un buen crítico. Sin embargo, la poesía pasará, muchos escritores etéreos y pírricos pasarán; pero Neruda y sus poemas permanecerán incólumes descrifrando en la simpleza de una mesa o una piedra, el inefable y majestuoso don concedido a los hombres por el creador.

Un obsequio de humildad gozosa, "Autorretrato":

Por mi parte, soy o creo ser duro de nariz,
mínimo de ojos, escaso de pelos
en la cabeza, creciente de abdómen,
largo de piernas, ancho de suelas,
amarillo de tez, generoso de amores,
imposible de cálculos,
confuso de palabras,
tierno de manos, lento de andar,
inoxidable de corazón,
aficionado a las estrellas, mareas,
maremotos, administrador de
escarabajos, caminante de arenas,
torpe de instituciones, chileno a perpetuidad,
amigo de mis amigos, mudo
de enemigos,
entrometido entre pájaros,
mal educado en casa,
tímido en los salones, arrepentido
sin objeto, horrendo administrador,
navegante de boca
y yerbatero de la tinta,
discreto entre los animales,
afortunado de nubarrones,
investigador en mercados, oscuro
en las bibliotecas,
melancólico en las cordilleras,
incansable en los bosques,
lentísimo de contestaciones,
ocurrente años después,
vulgar durante todo el año,
resplandeciente con mi
cuaderno, monumental de apetito,
tigre para dormir, sosegado
en la alegría, inspector del
cielo nocturno,
trabajador invisible,
desordenado, persistente, valiente
por necesidad, cobarde sin
pecado, soñoliento de vocación,
amable de mujeres,
activo por padecimiento,
poeta por maldición
y tonto de capirote.

lunes, 28 de mayo de 2012

El material de la narrativa


No se puede escribir si no se palpa la vida, si no se vive a través de la vida de los demás. Para ese fin sirve la mirada al mundo, pero también al drama teatral, al cine, a la novela.

El fenómeno del poder

La literatura ha sido pródiga en rastrear los desbarajustes del fenómeno del poder. En todo ámbito, por nimio que sea, el poder genera estragos en la conciencia moral. La política es, por necesidad, intriga, engaño, luchas fratricidas y, más en concreto, por lo que concede: gloria, dinero, aplauso inmediato, beneficios inescrutables para los negocios personales.

Este escribidor corrió por los meandros de la política, asumiendo que esta podía ser también sacerdocio y magisterio ideológico, pero en la ruta se vislumbraba solo el oropel que induce a los que más a caer rendidos ante la tentación de lo elemental. Muchos hombres honrados (que no conozco directamente) han sucumbido a los cantos de sirena. Los que eran ingenuos quijotes de un sueño inabarcable, son hoy astutos y voladizos sujetos en busca de una cuota para mandar.

Existen innumerables formas de cambiar el orden de las cosas y de contribuir en minucias, al menos, a que el mundo sea un poco mejor de lo que se encontró, y es la literatura, la opinión, la prédica. La comunicación permite el uso de mecanismos para llegar a la conciencia del otro y conectarla con los principios claves de una vida civilizada: el amor, la paz, la libertad, la responsabilidad.

Dudo mucho que me someta alguna vez al trajín de postular nuevamente a una elección congresal. Asumo que la política es de este mundo y los grandes mensajes que trascienden se destinan a fines mucho menos inmediatos y prosaicos. Una de las grandes y más amargas lecciones que la política me dejó es que la decencia no es una cualidad que atraiga votos (lo digo por el candidato presidencial que apoyé, por cierto), que la medianía suele saltarse la valla, que poco importa el discurso si no deleita el oído de la masa, que todos apuestan a ganador (sea quien sea), que la mentira es un atajo y que la política, a las finales y en la víspera atrae a una gran gavilla de oportunistas que aspiran no más que a apoderarse de un escaño o de un fajín (reconozco, no obstante, un núcleo de idealistas y gentes honradas que son los que siempre iban al partido, los que no obtuvieron beneficio extra-político de su vida partidaria, los que fueron leales a la doctrina y la conducta).

Antes que los fatuos ordenes de la vida política, prefiero la inquietud poco sabia del que propende a una poca más de sabiduría, y la sabiduría está en los libros y en la vida.

viernes, 25 de mayo de 2012

¿Por qué los cuentos?

Ignoro por qué la novela siempre fue un territorio inhabitable. Para leer se requiere una línea de continuidad emocional, el entusiasmo permanente por la temática, por la historia, por los perfiles de aquellos personajes que nos sometieron a sus pasiones y apasionamientos. Pero la vida no tiene el tiempo ni el compás de la novela, no es un océano calmo en el que la contemplación extática, el dolor o la ira se sostenga en el vaivén de las experiencias que se suceden.

A menudo, los odios se tornan en indiferencia; el dolor da paso a la lozanía alegre; la furia fiera de un instante ruin termina por difuminarse como una mancha que a su recuerdo se nos hace incomprensible. Quienes toman venganza u optan por el golpe al mentón, el estrangulamiento o el insulto, terminan por arrepentirse a la luz de la inexorable atenuación de la emoción que los produjo.

Quien escribe una novela traza las líneas de una historia, define el carácter de cada personaje, elabora el conflicto planificando la trama hasta la cumbre y el desenlace. Sin embargo, aquella novela que inicié cuando era cautivo de pensamientos, pasiones y prioridades que hoy me son ajenos y distantes; salta a mis ojos como una narración sin fuerza, sin fundamento, sin amor. Quien escribe ama sus contenidos, quien se extravía en la distancia y se enajena de su texto, termina por perderlo irremediablemente.

Solo quien sea un novelista de oficio y sangre, de indubitable vocación y hábito, podrá sostener el ritmo y la vida de la historia que hace un tiempo empezó.

Entre tantos raptos y recovecos, esas son las razones que explican que mis cuentos se redondeen para mal o para bien, mientras las escasas novelas que concebí terminaran en un inefable collage de situaciones que nunca se llegaron a conectar. Escribo cuentos y los que me he empeñado en culminar conjugan al final un libro (que espero o temo publicar) que está dedicado al miedo. Cada historia reproduce una aprehensión. El terror ante situaciones aparentememte sencillas, pero que nos quiebran a menudo constituye el centro de esta publicación en camino.

Quizás, finalmente, no de a la luz y quede empantanada entre las tinieblas de un archivo de texto. Quizás sean torpes relatos echados a la ventura en el ordenador, que no merecen una mayor lectoría. Lo que fuera, lo que define a este "escritor" volátil, aéreo y arisco con su propia prosa es la incapacidad para las historias grandes. Odio las descomunales extensiones, los desiertos, las planicies extensas que no concluyen en alguna parte. Lo digo aun cuando, de suyo, un cuento exige más que una novela: sujeción a la técnica, precisión, concisión e ingenio.

¿Por qué escribir cuentos sobre el miedo? El miedo nos domina con su empuñadura de hierro, morir, echarse boca arriba a corazón abierto (entre estiletes), cruzar el viento muy arriba en una caja voladora, hundir el pie en el linde de la vida o la muerte de quienes amamos, quedar en la calle sin empleo y en rojo mientras nos asiste el empeño y la responsabilidad por otras vidas, el desamor del otro o la otra, el robo, el terremoto bestial, el asteroide a la mala, las tinieblas densas y espectrales... El miedo nos curte, pero nos captura porque reduce el espacio en el que nos movemos, nos triza, nos crispa, nos posterga y, en ocasiones, nos aniquila.

Una novela no podría contener con firmeza el tema que hoy me impulsa y me socava, podría ser que en unas semanas sea el hambre, la sed, la soledad, el conflicto, la euforia o el heroísmo los que ejerzan sobre mí una nueva fascinación literaria. Los temas se suceden como la vida sucede. Cada experiencia arrastra sus sedimentos, avanza en una sola capa, donde la pasión confluye con cada rincón que nos depara la vida. A la cólera sucede la jovialidad como a la situación acongojante ocrispante sigue la de alegría, risa o amor. Ces't la vie. La vorágine es razón suficiente para apurar los cuentos, pues mañana podrían ser historia.

martes, 22 de mayo de 2012

Un poema a la carta

El sujeto me mira lánguido. Su mujer lo había abandonado y, al decir verdad, él había abandonado la idea de seguirla. Durante años bebió del trago amargo de las salidas a deshoras de Paula. Era todo. Mientras cortaba el limón para la salsa, decidí cortar el tramo de su pena.

Qué mejor que en las crisis confluyan diversas posibilidades, la de un rapto, la desmaterialización abrupta. Era lo propio. El hombre quería difuminarse. El plato humeaba y la mesa 5 debía ser deshabitada. No era hora de lamentaciones sino de dejarse arrobar por el sueño que presionaba sobre mis párpados.

- Señor, es hora de cerrar - le dije sin atisbo de piedad.

Arróspide seguía concentrado en esa carta. Los trazos eran bruscos y daba la impresión de una cólera muy antigua.

- Debe haber habido una razón por la que se haya ido - Concluí.

El sujeto dejó caer una lágrima sobre el sopón humeante.

- Todos hemos tocado nuestras propias fibras por alguna pena descomunal, algún adiós inoportuno o lo que fuera - Le dije, deslizándole un poema, escrito entre malvas, amargamente en la apretada densidad de una noche remota.

El hombre leyó y abandonó la sala. Supe que se alejó, que viajó a su tierra, lejos, dispuesto a olvidar, a pactar con la ucronía de su propia inexistencia. Así fue.