martes, 20 de noviembre de 2012

Cómo aparecen los poemas

No escribo con el intelecto sino sitiado por los acontecimientos, al borde de las pasiones y desde la hondura del dolor más crudo. Escribo por la fe y, en ocasiones, por el desencanto ante los seres que habitan este valle de lagrimas.



Bueno, se escribe más allá del arte, desde los apremios psicológicos y, por la premura del sentimiento que ahoga, a veces sin preciosismo ni inquietudes estéticas. Sin embargo, la poesía dilecta para este lector es la poesía bella, la que se entretiene en rimas dispersas que concatenan la armonía y dan simiente a la belleza. Para este poeta, la dilección es distinta, es casual. Hay una diferencia entre este poeta y este lector.

Hace unos días, en la alegría plena podía festejar la vida con las palabras sin ningún concierto. Poco me importaba si del festejo se inventaba el verso más zafio y la consecución más inarmónica. Hoy, ganado por una preocupación, necesito crear y se que los nervios que me pueblan conspirarán contra la belleza, porque su prioridad no es el ornamento de la palabra sino acercarse a esa angustia palpitante, a esa crispación que ahoga, a esa incertidumbre que asusta cuando se trata de seres a los que más queremos.

Podría expresar, por ejemplo: me bato en duelo con la noche densa/ me derrotan muy de pie las arboledas azules/ clamo al cielo santo/ al supremo hacedor que trenza/ sobre los días ciertos/ los días y las noches.

Muero entre tinieblas/ que morir quiero bajo la raíz de la memoria/ que flagela el ojo/ ojo que se inyecta de lluvias hirvientes/ ojo que se pulveriza en el ocaso/ ojo que llora con el labio/ labio que ha olvidado las nomenclaturas  / memoria vil que destruye el cuerpo/ cuerpo que se ceba de los años/ años que desmoronan la simiente/ simiente de dolor/ dolor partido en la comisura de una boca/ boca que se vierte en los ríos de la muerte/ muerte que aterra al bravo/ bravo descorazonado que va a morir (por prevención)/ al extremo del poniente.

Lluvia helada/ el bravo huye/ lluvia helada de cetrifugos terrores. /Lluvia helada de flagelaciones/ flechas de metal / picoteo insomne sobre mi piel cortada/ Miedo miedo....

Solo son versos que expresan, no los he perfeccionado en la corrección y, por tanto, los odio con la repulsa que le tengo a aquellas pasiones que los inspiran. Preferible, dirá el poeta, es el vivir sin sentimientos, presa apenas de sensaciones, dispuesto a los colores y las formas, a las texturas. Dichoso el árbol que es apenas sensitivo, escribía Rubén Darío. Dichoso, sí, porque está desprovisto de dolores y de angustias y es, por tanto libre, aunque en la paradoja, carezca de movimiento y opciones. Pero, en ocasiones, asumo que esa no es sino la mejor opción.

Los dejo con aquellos versos magníficos.

Dichoso el árbol, que es apenas sensitivo,
y más la piedra dura porque esa ya no siente,
pues no hay dolor más grande que el dolor de ser vivo,
ni mayor pesadumbre que la vida consciente.

Ser y no saber nada, y ser sin rumbo cierto,
y el temor de haber sido y un futuro terror...
Y el espanto seguro de estar mañana muerto,
y sufrir por la vida y por la sombra y por

lo que no conocemos y apenas sospechamos,
y la carne que tienta con sus frescos racimos,
y la tumba que aguarda con sus fúnebres ramos,

¡y no saber adónde vamos,
ni de dónde venimos!...



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