domingo, 17 de junio de 2012

Si yo hubiera

Definitivamente erramos muy a menudo y son abrumadores aquellos despropósitos que hoy, se tornan en descomunales piedras sobre la coronilla. De tornar los pasos a años atrás, me hubiera ocupado de la literatura con el tesón que dediqué a una actividad que estaba destinada a la derrota. De hecho, hubiera cedido a la tentación de estudiar periodismo y literatura. Sí, ambas, en una conjunción maravillosa. Estudié Derecho.

De volver los pasos, digo, me hubiera cuidado en extremos por no tratar de impresionar para lograr resultados: una tensión persistente por un lugar en la lista (porque, si no bien recuerdo, postulé al Congreso), un arrebato inusual e idiota de fanfarronería para impresionar a alguno (por una novela que no valía la arrogancia), no haber leído más, no haber devorado la vida y haberla volcado en un vómito cotidiano.

Pero es inútil regresar los horarios y los minuteros, sujetos a su propio vaivén. Si hubiera dado con la fórmula, tendría 20,000 páginas de cuentos y novelas y no el sinfín de posts y reflexiones bajo la sombra de un estudio que en las madrugadas me mima y me enaltece. Tendría más libros, más zapatos roídos, más ojos carcomidos.

La función de un hombre cabal, de un intelectual que se precie es devorar y volcar, devorar y volcar; ser la máquina que procesa el ingreso y arroja el contenido, Input, Output; vivir, extenderse, aprender y luego volcar y enseñar.

Ahora, con la humildad del escribidor paciente, que se somete a sus propios fantasmas, a sus vacíos, a sus tiempos desperdiciados, procedo a dar inicio a un aprendizaje sistemático, con maestro incluido, con ejercicios narrativos y una tenue esperanza por delante.



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