martes, 22 de mayo de 2012

Un poema a la carta

El sujeto me mira lánguido. Su mujer lo había abandonado y, al decir verdad, él había abandonado la idea de seguirla. Durante años bebió del trago amargo de las salidas a deshoras de Paula. Era todo. Mientras cortaba el limón para la salsa, decidí cortar el tramo de su pena.

Qué mejor que en las crisis confluyan diversas posibilidades, la de un rapto, la desmaterialización abrupta. Era lo propio. El hombre quería difuminarse. El plato humeaba y la mesa 5 debía ser deshabitada. No era hora de lamentaciones sino de dejarse arrobar por el sueño que presionaba sobre mis párpados.

- Señor, es hora de cerrar - le dije sin atisbo de piedad.

Arróspide seguía concentrado en esa carta. Los trazos eran bruscos y daba la impresión de una cólera muy antigua.

- Debe haber habido una razón por la que se haya ido - Concluí.

El sujeto dejó caer una lágrima sobre el sopón humeante.

- Todos hemos tocado nuestras propias fibras por alguna pena descomunal, algún adiós inoportuno o lo que fuera - Le dije, deslizándole un poema, escrito entre malvas, amargamente en la apretada densidad de una noche remota.

El hombre leyó y abandonó la sala. Supe que se alejó, que viajó a su tierra, lejos, dispuesto a olvidar, a pactar con la ucronía de su propia inexistencia. Así fue.



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