Qué mejor que en las crisis confluyan diversas posibilidades, la de un rapto, la desmaterialización abrupta. Era lo propio. El hombre quería difuminarse. El plato humeaba y la mesa 5 debía ser deshabitada. No era hora de lamentaciones sino de dejarse arrobar por el sueño que presionaba sobre mis párpados.
- Señor, es hora de cerrar - le dije sin atisbo de piedad.
Arróspide seguía concentrado en esa carta. Los trazos eran bruscos y daba la impresión de una cólera muy antigua.
- Debe haber habido una razón por la que se haya ido - Concluí.
El sujeto dejó caer una lágrima sobre el sopón humeante.
- Todos hemos tocado nuestras propias fibras por alguna pena descomunal, algún adiós inoportuno o lo que fuera - Le dije, deslizándole un poema, escrito entre malvas, amargamente en la apretada densidad de una noche remota.
El hombre leyó y abandonó la sala. Supe que se alejó, que viajó a su tierra, lejos, dispuesto a olvidar, a pactar con la ucronía de su propia inexistencia. Así fue.
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