lunes, 28 de mayo de 2012

El fenómeno del poder

La literatura ha sido pródiga en rastrear los desbarajustes del fenómeno del poder. En todo ámbito, por nimio que sea, el poder genera estragos en la conciencia moral. La política es, por necesidad, intriga, engaño, luchas fratricidas y, más en concreto, por lo que concede: gloria, dinero, aplauso inmediato, beneficios inescrutables para los negocios personales.

Este escribidor corrió por los meandros de la política, asumiendo que esta podía ser también sacerdocio y magisterio ideológico, pero en la ruta se vislumbraba solo el oropel que induce a los que más a caer rendidos ante la tentación de lo elemental. Muchos hombres honrados (que no conozco directamente) han sucumbido a los cantos de sirena. Los que eran ingenuos quijotes de un sueño inabarcable, son hoy astutos y voladizos sujetos en busca de una cuota para mandar.

Existen innumerables formas de cambiar el orden de las cosas y de contribuir en minucias, al menos, a que el mundo sea un poco mejor de lo que se encontró, y es la literatura, la opinión, la prédica. La comunicación permite el uso de mecanismos para llegar a la conciencia del otro y conectarla con los principios claves de una vida civilizada: el amor, la paz, la libertad, la responsabilidad.

Dudo mucho que me someta alguna vez al trajín de postular nuevamente a una elección congresal. Asumo que la política es de este mundo y los grandes mensajes que trascienden se destinan a fines mucho menos inmediatos y prosaicos. Una de las grandes y más amargas lecciones que la política me dejó es que la decencia no es una cualidad que atraiga votos (lo digo por el candidato presidencial que apoyé, por cierto), que la medianía suele saltarse la valla, que poco importa el discurso si no deleita el oído de la masa, que todos apuestan a ganador (sea quien sea), que la mentira es un atajo y que la política, a las finales y en la víspera atrae a una gran gavilla de oportunistas que aspiran no más que a apoderarse de un escaño o de un fajín (reconozco, no obstante, un núcleo de idealistas y gentes honradas que son los que siempre iban al partido, los que no obtuvieron beneficio extra-político de su vida partidaria, los que fueron leales a la doctrina y la conducta).

Antes que los fatuos ordenes de la vida política, prefiero la inquietud poco sabia del que propende a una poca más de sabiduría, y la sabiduría está en los libros y en la vida.

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