jueves, 29 de noviembre de 2012

Buscando historias y personajes

De pronto el escritor recuerda una vieja historia real, ocurrida muchos años atrás y muy cercana a él.  Una mujer, tras casarse con un señor X, envió a un internado a su hijo ilegítimo (así lo llamaban, pero llamemoslo Ricardo). El hijo fugó tres veces del internado y retornó a la casa de la madre, empecinadamente al lado de ella, el único ser que tenía. Volvió con ella y, por cierto, con su padrastro indolente y sus dos hermanastros engreídos y privilegiados, que eran la tierna dilección del matrimonio.



Alguna navidades, la familia feliz abordaba el viejo Ford para visitar a algún pariente cercano. Cerca de la medianoche, los niños reidores y sus padres salían, dejando a solas a Ricardito, que trasponía el umbral hacia la calle, dubitativo y triste, para caminar y caminar sin rumbo definido.

Aquel niño creció. Al margen, definitivamente al margen, en una habitación precaria de la que era desalojado  para darle espacio a un huésped de ocasión. La casona operaba de pensión y la familia genuina de aquel niño abandonado a su suerte empezó a ser solo aquel tropel de pensionistas que iban y venían sin concierto.

Cuando alcanzó cierta edad, Ricardo, ahora el joven Ricardo, no recibió una educación convencional, tampoco la recibió antes, pues la prioridad era la buena instrucción de los hijos "legítimos" de la familia. Fue enrolado por una empresa estatal y dio a parar a una remota provincia, entre aires densos y silencios inabarcables. De todos modos, la soledad había sido su sino. No soportó la soledad provinciana y tornó sus pasos nuevamente a casa. Fue devuelto por la madre y persistió, como en los tiempos del internado. Finalmente, en casa se quedó.

La madre, desalmada, no se ocupó sino de sus engreídos de la estirpe. Aquel joven hijo suyo que antecedió a su familia que ahora la ocupaba, fue el resultado de una apasionada y efímera relación con un gallardo comandante del glorioso ejército peruano, que cuan gallardo le dio un apellido y un ancho espacio de ausencia y olvido. El militar solo lo visitó una vez, cuando niño. Una lata de chocolate, que conservó por años, fue el único recuerdo de su padre. Así fue.

Un buen día, el joven Ricardo descubrió que, aprovechando los viajes de su padrastro, el señor (llamemósle Arosamena), de buena alcurnia; pretendía cortejar a su madre. Él la defendió cuanto pudo de los embates de aquel. Arosamena mutó el deseo en resentimiento. Los rechazos de aquella mujer le eran intolerables. Trabajaba en casa, Alipio, un joven ayudante proveniente del ande, leal a la señora y servidor sin remilgos. Alipio contenía sus furias cuando Arosamena agredía y sitiaba a la mujer. Un buen día, nefasto para él, se trenzó en una pelea con el vil señor, golpeándolo. Alipio fue a dar a la cárcel. Arosamena movió sus influencias y el buen Alipio allí se quedó. Ricardo lo solía visitar en prisión, llevándole ánimo y frutas, alguna esperanza, una poca de compasión. La mujer nunca hiló ni recurrió a sus influencias para salvar a su servidor. Se olvidó del asunto. Alipio no existía o era prescindible. Solo Ricardo se mantuvo constante y leal al infortunado Alipio hasta que, como ocurre, se olvidó del asunto también. Eran muchos años. El tiempo difumina los contornos y corta las resistencias.

Una tarde, muchos años después, Ricardo habría de ver un tumulto al pie del reloj del Parque Universitario. Se acercó a ver y descubrió que era el buen Alipio quien yacía en el cemento. La tuberculosis adquirida en prisión terminó por matarlo.

El joven caminó cuadra tras cuadra, amilanado por su suerte y por la de los demás. Supo que el destino se ensaña con los que viven al margen, con Alipio, con él. Se alejó poco tiempo después de su madre, pues se casó, tuvo hijos, una familia por fin, una navidad con mesa e hijos, con risas y luces. La madre murió. Los hermanastros, desde luego, se apropiaron de la herencia y lo hicieron una y otra vez con garra prensil. Ricardo era, por cierto, aquel del margen, ese que con los años construyó una casa con hijos, una victoria al fin.

Hay más elementos, no cabrían en esta página, una historia verídica que nutre la trama de una novela. A veces, asumo, la vida es tan rica como la ficción si es que la sabemos ver y de ella pueden manar historias, aderezadas en sus detalles con la invención. No escribiré para el deleite de aquel o aquella sino porque la literatura puede ser también denuncia, una reivindicación del justo, un clamor contra la injusticia, la arbitrariedad, la maldad, el abuso del poder, la opresión y la infelicidad.


miércoles, 28 de noviembre de 2012

La función de los intelectuales


Decía un argentino sobre José Carlos Mariátegui que, a diferencia de los socialistas argentinos del siglo XX, el peruano no repetía a Marx, sino que creaba a partir de Marx algo nuevo. Por tanto, señalaba, Mariátegui sí era un intelectual, porque para ser intelectual hay que ser creador, interprete que renueva el mensaje y no un simple eco de otros intelectuales.

En esa línea, un intelectual tiene la misión de leer el mundo para contribuir con una visión nueva. Pero el intelectual no está obligado a cambiar el mundo ni a esperar un impacto, lo suyo es razonar, pensar y aportar ideas al margen de sus consecuencias.

Pero ser intelectual no es suficiente porque hay de los que habitan una torre de márfil y ocupan el estrecho espacio dispuesto entre las alas del mantel, allá debajo de la mesa. No alumbran sino para ellos. Esta soledad es la del intelectual asceta e improductivo. El intelectual comprometido es aquel que difunde sus ideas, hurga tribunas y busca un público que lo lea o lo escuche. El compromiso no es con una ideología sino con el carácter público de la función pedagógica del intelectual.

domingo, 25 de noviembre de 2012

La gran Alfonsina

Hoy se celebra el día internacional de no violencia contra la mujer, inspirado en las corajudas hermanas Miraval, que se enfrentaron a la aterradora tiranía de Rafael Leonidas Trujillo en República Dominicana. Mujeres bravías y ejemplares. Pero hay otras mujeres que aportaron a su independencia con el don maravilloso de su canto o, más precisamente, de sus versos. Una de ellas fue la gran Alfonsina Storni, cuya biografía recomiendo. Padeció más a las finales, víctima de una enfermedad. Se suicidó, saltando al mar desde una escollera (no caminando lentamente mar adentro) y se suicidó poco tiempo después que se suicidaran dos grandes (el primero, su amigo), Horacio Quiroga y Leopoldo Lugones.

Quiroga tuvo una vida trágica, que asombra y espanta. Lugones había recibido los primeros versos de Storni, pero hizo mutis, tan celoso él de las rivalidades. Así fue.

Sugiero leer a esta gran poeta. La poesía es una, no hay de hombres y de mujeres, por lo que la llamo poeta y no poetisa. Punto. Ella escribió magníficos versos, pero de los que suelo reescuchar (porque las grabo y me deleito en la voz que los recita) mi dilección va por este poema.
Tú me quieres alba,
Me quieres de espumas,
Me quieres de nácar.
Que sea azucena
Sobre todas, casta.
De perfume tenue.
Corola cerrada
Ni un rayo de luna
Filtrado me haya.
Ni una margarita
Se diga mi hermana.
Tú me quieres nívea,
Tú me quieres blanca,
Tú me quieres alba.
Tú que hubiste todas
Las copas a mano,
De frutos y mieles
Los labios morados.
Tú que en el banquete
Cubierto de pámpanos
Dejaste las carnes
Festejando a Baco.
Tú que en los jardines
Negros del Engaño
Vestido de rojo
Corriste al Estrago.
Tú que el esqueleto
Conservas intacto
No sé todavía
Por cuáles milagros,
Me pretendes blanca
(Dios te lo perdone),
Me pretendes casta
(Dios te lo perdone),
¡Me pretendes alba!
Huye hacia los bosques,
Vete a la montaña;
Límpiate la boca;
Vive en las cabañas;
Toca con las manos
La tierra mojada;
Alimenta el cuerpo
Con raíz amarga;
Bebe de las rocas;
Duerme sobre escarcha;
Renueva tejidos
Con salitre y agua;
Habla con los pájaros
Y lévate al alba.
Y cuando las carnes
Te sean tornadas,
Y cuando hayas puesto
En ellas el alma
Que por las alcobas
Se quedó enredada,
Entonces, buen hombre,
Preténdeme blanca,
Preténdeme nívea,
Preténdeme casta.

viernes, 23 de noviembre de 2012

Festivales

Es auspicioso que haya festivales de poesía, como el más reciente de Supe, magnífica convocatoria y magnífico aquel puerto que "existe" en aquellas palabras inspiradas de la gran Blanca Varela pronunciadas ante Octavio Paz. Y festivales debe haber más y más hasta llevar la poesía al último rincón. Quizás algún día la poesía venda, pese a los esfuerzos de pocos.



Hace algunos años, un poeta (Chirinos, si no bien recuerdo) organizaba la "Poesía en el parque" en Miraflores, otros poetas (muchos años después) decidieron tomar sendas más o menos aglutinadoras y llamaron a festivales, que fueron creciendo. Otros organizan recitales, donde ellos mismos leen.

Sin embargo, como lo descubrí con "Memoria del Ande", mi primer poemario, la poesía debe tornarse en espectáculo, completarse con música, colores, videos, ser pronunciada por actores, dramatizada. Así se hizo con mi breve y extraviado poemario hace algunos años en el zum de la Universidad de Lima, cuando la CVR organizó el "Concierto de la Reconciliación" (amargamente digo, quien lo organizó centró su atención en la música, presentó a sus líricos; aunque para su mal los concurrentes solo se interesaban en buscar al autor de aquellas letras que eran las mías. El organizador, digo, ni me presentó y la gente me aplaudió a rabiar sin ver mi rostro. Lo más llamativo de aquel concierto fue mi palabra, las fotos y la música fueron el acompañamiento. Público dixit).

Aunque hoy discrepo de esa CVR en una medida importante ( por cierto, no cobré ni un sol por mis letras), compartí mi arte con la gente y fue el gran actor y director Walter Zambrano el que la recitó con tensión dramática y genio, ante un público ávido y numeroso, entre músicas y fotos. ¿Por qué no hacer de la poesía drama? ¿Por qué no llamar a ese gran público a través de los actores? ¿Por qué no usar el Teatro Municipal en Lima u otros grandes o más grandes aún para darle a la poesía la convocatoria que merece?

He asistido a recitales en los que la voz del poeta comulga con la monotonía y no inspira al oído. La voz de Neruda era pesada, lenta como elefante herido, como mar en calma ¿Por qué no encargarle la poesía a los recitadores y sus espectáculos, a los melómanos, a los teatros? Mientras tanto los poetas nos preocuparemos solo por escribir. Solo así, la poesía resurgirá desde sus cenizas. Concibo aun la esperanza en que algún día las grandes editoriales tornen sus pasos hacia los poemarios, que la poesía ocupe los anaqueles de las librerías y que venda y estalle como fuegos y lumbres celestiales. Ese es mi propósito.


miércoles, 21 de noviembre de 2012

Poeta joven




n farandulero sin talento ni creación puede ser muy famoso y reconocido en las calles por la hazaña roma e inverosímil de haberse casado con alguna vedetucha o una vedette (por decir) alcanzar portadas y nombradía por las formas (fotografiadas al detalle) de sus glúteos. Un poeta joven con lauro apenas logrará un minúsculo espacio como nota cultura espisódica en algún diario o revista.

El farandulero obtuso (a veces afamado, incluso, por su matrimonio con quien inmerecidamente tiene fama) deambulará por una calle larga abrumado por las miradas de cientos y el aplauso o la complicidad de los concurrentes. El poeta no será aplaudido ni aprobado por alguno. Será uno más en la masa envilecida por sus falsos dioses.

Sin embargo, el tiempo del artista es diferente del tiempo del famoso vil, ganado por una celebridad inmerecida. El tiempo del poeta, del novelista, del pintor, es lento, exasperamente lento. El artista se juega la celebridad a golpes de cincel, por suma de obra, por progresión constante y solo si logra superar las brumas podrá contarse entre los glorificados de ese gran Olímpo que linda con la inmortalidad.


martes, 20 de noviembre de 2012

Cómo aparecen los poemas

No escribo con el intelecto sino sitiado por los acontecimientos, al borde de las pasiones y desde la hondura del dolor más crudo. Escribo por la fe y, en ocasiones, por el desencanto ante los seres que habitan este valle de lagrimas.



Bueno, se escribe más allá del arte, desde los apremios psicológicos y, por la premura del sentimiento que ahoga, a veces sin preciosismo ni inquietudes estéticas. Sin embargo, la poesía dilecta para este lector es la poesía bella, la que se entretiene en rimas dispersas que concatenan la armonía y dan simiente a la belleza. Para este poeta, la dilección es distinta, es casual. Hay una diferencia entre este poeta y este lector.

Hace unos días, en la alegría plena podía festejar la vida con las palabras sin ningún concierto. Poco me importaba si del festejo se inventaba el verso más zafio y la consecución más inarmónica. Hoy, ganado por una preocupación, necesito crear y se que los nervios que me pueblan conspirarán contra la belleza, porque su prioridad no es el ornamento de la palabra sino acercarse a esa angustia palpitante, a esa crispación que ahoga, a esa incertidumbre que asusta cuando se trata de seres a los que más queremos.

Podría expresar, por ejemplo: me bato en duelo con la noche densa/ me derrotan muy de pie las arboledas azules/ clamo al cielo santo/ al supremo hacedor que trenza/ sobre los días ciertos/ los días y las noches.

Muero entre tinieblas/ que morir quiero bajo la raíz de la memoria/ que flagela el ojo/ ojo que se inyecta de lluvias hirvientes/ ojo que se pulveriza en el ocaso/ ojo que llora con el labio/ labio que ha olvidado las nomenclaturas  / memoria vil que destruye el cuerpo/ cuerpo que se ceba de los años/ años que desmoronan la simiente/ simiente de dolor/ dolor partido en la comisura de una boca/ boca que se vierte en los ríos de la muerte/ muerte que aterra al bravo/ bravo descorazonado que va a morir (por prevención)/ al extremo del poniente.

Lluvia helada/ el bravo huye/ lluvia helada de cetrifugos terrores. /Lluvia helada de flagelaciones/ flechas de metal / picoteo insomne sobre mi piel cortada/ Miedo miedo....

Solo son versos que expresan, no los he perfeccionado en la corrección y, por tanto, los odio con la repulsa que le tengo a aquellas pasiones que los inspiran. Preferible, dirá el poeta, es el vivir sin sentimientos, presa apenas de sensaciones, dispuesto a los colores y las formas, a las texturas. Dichoso el árbol que es apenas sensitivo, escribía Rubén Darío. Dichoso, sí, porque está desprovisto de dolores y de angustias y es, por tanto libre, aunque en la paradoja, carezca de movimiento y opciones. Pero, en ocasiones, asumo que esa no es sino la mejor opción.

Los dejo con aquellos versos magníficos.

Dichoso el árbol, que es apenas sensitivo,
y más la piedra dura porque esa ya no siente,
pues no hay dolor más grande que el dolor de ser vivo,
ni mayor pesadumbre que la vida consciente.

Ser y no saber nada, y ser sin rumbo cierto,
y el temor de haber sido y un futuro terror...
Y el espanto seguro de estar mañana muerto,
y sufrir por la vida y por la sombra y por

lo que no conocemos y apenas sospechamos,
y la carne que tienta con sus frescos racimos,
y la tumba que aguarda con sus fúnebres ramos,

¡y no saber adónde vamos,
ni de dónde venimos!...



lunes, 19 de noviembre de 2012

Entregado a la literatura

Marcel  Proust vivió entregado a su obra magna, dividida en siete libros que publicó a lo largo de casi dos décadas. Los últimos libros fueron póstumos. Ayer en el suplemento El Dominical, de El Comercio, escribí sobre este fabuloso escritor cuyas crisis asmáticas coincidieron con el ritmo largo y ahogado de sus frases. Como él, me toca en ocasiones crisparme con la asfixia, pero en su tiempo no existían los inhaladores. El alivio llegaba tras una larga y sudorosa jornada de sobrevivencia entre infusiones extrañas y adelantadas agonías.



Proust era un solitario cuyo norte no fue la vida sino sus ficciones, más que sus ficciones, sus recuerdos atrapados en el papel, sus recuerdos inmortales, los recuerdos de mil detalles pacientes y minuciosos, la memoria de su madre y el dulzor de las tardes fantásticas en las que era provisto de sus atenciones, con el tiempo fugitivas.

Proust, en la opinión de este aprendiz de escritor, pretendió capturar el tiempo tras la muerte de su madre. Se recluyó en un sanatorio, se negó a ver la luz y luego reapareció, pero pocos años después gestó la mayor hazaña de la literatura universal.

No creo que sea posible entregarse a la literatura cuando esta se nutre de la vida. No podría crear una novela sin participar de la aventura cotidiana e inmediata de los posibles personajes que tomaré. Tengo el poemario y el libro de cuentos casi al borde de su edición y trazo ya las líneas y el primer capítulo de una novela que ignoro si habrá de ver la luz; pero descubro que su trama no puede inspirarse en las novelas que leí ni en personajes de papel sino en seres de carne y hueso, deleznables, inciertos, amargados, felices, fatuos, desgarrados. Solo la realidad me los permite y, por tanto, vivir y observar con atención se ha de conjugar con la extraña aventura de escribir.

No soy capaz de capturar los detalles como Proust, ni tengo la paciencia para destinar una treintena de hojas para describir un solo acto, pero me siento más cómodo en la novela que en el cuento, con mayor margen de libertad, sin imperativos ni exigencias. Escribir una novela produce más goce en este escritor que el cuento, cuyo objeto no es ganarle a la calidad con puntos sino por knock out. Me abstengo aunque ya produje un cúmulo de narraciones cortas cuya línea de continuidad es la angustia, el miedo atroz, la barbarie de la sospecha y la incertidumbre.

Confieso que en el 2011 eché al basurero una novela que no me convenció. Por increíble que parezca, opté por rechazar aquella novela corta sobre el poder que no llegaba a ninguna parte ni se componía, como debiera, de seres nerviosos y carácteres humanos. Los personajes deben ser siempre de carne y hueso, casi reales, sentimentales y no etéreos, que pasan, fríos y lógicos, psicológicamente inverosímiles. Pero para ser novelista se requiere tiempo y paciencia, pero especialmente la capacidad de entender lo humano y saberlo describir en sus honduras y desgarros a partir de sus conductas, sus gestos y sus decisiones.


domingo, 18 de noviembre de 2012

Consejo para cualquier escritor

Al decir verdad y tras revisar decenas y decenas de biografías de escritores, quien busca la fama con crispación terminará por perderse de la belleza del camino. No se escribe para trascender ni para el aplauso (mucho menos aun) sino por el goce de escribir y de ser leído sin más.



Al principio el escritor se percibirá solo, sin atisbos de celebración, presa de un pronto olvido tras su obra anterior. En muchas ocasiones, esas primeras obras (salvo que medie un premio) pasarán, solo pasarán. En realidad, algunos lectores oirán de un tal por cual sin mayores lumbres de inmortalidad. Es natural. La literatura en sus laureles de gloria se forja de a pocos y con un minúsculo cincel. Solo al cabo de producir y producir un gran número de obras es que muchos alcanzan la perdurabilidad de la memoria, de la memoria del pueblo y de sus elites. No es un trabajo fácil, pues se trata de asumir la tarea literaria como una tarea industrial.

El proceso industrial del escritor se compone de tres fases: escribir, editar y difundir. Luego de la fabricación del primer objeto literario, se pasa al segundo sin echar la vista atrás. Y así, sucesivamente.

Quien persiga el éxito se angustiará gratuitamente, quien solo se preocupe por producir (en sus tres fases y en su cadena sucesiva de creación) gozará de los descomunales deleites que la literatura reserva a sus mejores hijos. La gloria es, en todo, caso una suerte de añadidura natural que deviene y se manifiesta al final como consecuencia del febril hábito de aprender, producir, aprender y mejorar.

Algunos optar tardíamente, pero se sostienen en la persistencia. Saramago fue un escritor tardío, que casi a los cincuenta se animó a producir y producir. El Nobel fue una consecuencia mayor. Otros dejan el proceso productivo trunco (sin editar en vida o tardíamente), pero ganan la inmortalidad: Giuseppe de Lampedusa murió sin conocer de su fama descomunal, fama que le sobrevendría apenas a su memoria, cuando el Gatopardo se convirtió en un best seller de talla universal. Bien hizo el amigo de Kafka, al negarse a quemar los manuscritos del escritor tras su muerte. Sin su desobediencia, Kafka no existiría en la literatura. Y hay más.

Salvo los afortunados, quien persista verá la luz en unos años y persistir es crear sin aliento, crear y crear, pero también leer, descubrir las técnicas narrativas o del verso en el sencillo y apacible hábito de la lectura. No hay más.

Instrucciones para escribir un poema

Habrás de hurgar un lugar cómodo y secreto. De preferencia entre las brumas tenues de la madrugada. Un papel, una pluma, el recuerdo fresco de un gran sueño que precede precisamente a esa vigilia que pretendes explotar. Un sueño, alguna musa, los sutiles retoques trabajados por la memoria sobre un rostro fantasmal. Puede ser el cuerpo que hacía unos minutos yacía a tu costado entre efluvios tibios y húmedos o, en tu soledad fiera, la sombra de sonrisa meliflua que cruzó el océano para nunca más volver. Puede ser el imaginario ser que pobló un sueño, la dama que pasea su rostro en el parque, la actriz magnífica que se desmoronó ante las leyes inflexibles de la naturaleza, la mujercita del Sena en el verano anterior o aquella apretujada musa que perseguiste en los trigales.



Verás tu espejo, el vaho de tu respiración agitada que se resiste a morir, tus ojos inyectados y relumbrantes en medio de aquella penumbra solida en la que trazaste tu anterior poema.

Algo de paz, una taza de café negrísimo para batir las fauces del sueño. Perfilarás entonces tus primeras letras sin más pausa que la de tus ojos fatigados aleteando sobre las figuraciones que capturan tus letras raudas. Porque de eso se trata, de escribir sin pausa, sin tartamudeos, sin complacer a los silencios que mortifican la buena escritura como la lectura. Habrás de seguir, gobernado por una pasión que se enciende con cada verso hasta regir tu carácter, hasta raptarte en una vorágine de locura febril, de palabras que sin concierto construyen una trama, de una inspiración que avanza como la coraza de un barco, extraviado en tus propias tormentas, enfurecido como un ciego en el remolino, loco, cada vez más loco, sin destino, incierto en el huracán atroz, mientras que el climax te sacude, desgarramientos que te hacen temblar, concatenación de orgasmos vertidos en una página de papel inmóvil y,finalmente, el colofón, la paz, el silencio de la madrugada que te contiene apenas unos minutos, mientras te preparas para la segunda o tercera página.

Mientras te recuperas, tornan a tu memorias las imágenes que, como pleyades de ensoñaciones brutas, te despertaron una noche en Gibraltar. Un sueño, los dientes magnos, blancos, las comisuras al cielo, los ojos verdes, negros, la descomunal manifestación de un espectro que sintetiza, quizás, la belleza del universo, solo  destruida por su propia mortalidad. O quizás, asoma la arena blanquecina y las cenizas del mar negrísimo, un nombre, una batalla, el supremo resorte de una fe que te encumbra por encima de las deleznables cifras de cualquier nombre. Te dispones a escribir y el éxtasis te eleva hasta alturas considerables y así habrás de seguir hasta que el cuerpo extenuado, la inspiración en descendente te indiquen la ruta a seguir, la del eco de los pájaros picoteando las lápidas, la del silencio del alba, la del agotamiento de tu propia creación.

sábado, 17 de noviembre de 2012

Machado y la buena poesía

Sé que puedo ser crudo en juzgarme a mí y a mis contemporáneos cuando se trata de poesía. Me abstengo de opinar sobre los poetas consagrados por el laurel que no merecen sino más anonimato que muchos poetas jóvenes actuales que no pueden ver la luz de los reflectores.

(Poema de Machado a la muerte de Federico García Lorca- en el video - sí, todos a un pulmón: ¡El crimen fue en Granada!)



Hay promesas varias de 20, 30, 40, 50 que crean regidos por una estética asombrosa, pero que no ganarán la inmortalidad por el simple y vano hecho de que no ganarán el Premio Nacional de Poesía, ese viejo lauro que, en muchas ocasiones, llevó al Olímpo a quienes no debía e ignoró a quienes hacían buena poesía.

Ya hay premio, es alentador, pero las condiciones para ganar son otras. Dudo que un jovenzuelo con aspiración y talento lo obtenga, sin más trayecto y edición, repito, sin más trayecto y edición.

Decía que puedo ser crudo y que mis dilecciones poéticas son, en cualquier caso, clásicas y distantes. Antonio Machado es para este aprendíz el maestro del verso y lo es Lorca y de la prosa me nutre Juan Ramón Jiménez y Azorín ¿Que soy un hispanista del verso? Pueda ser en tanto no me contenta el homenaje que muchos narradores y poetas del Perú del siglo XX y XXI le han solido rendir a la fealdad, a lo prosaico, a las interjecciones manidas, a las letras forzadas. En un poema puede darse entrada un elemento tan prosaico como la leche Gloria o el Baygón, por decir, y el largo aullido de un lobo o las palabras inconexas o el rumor enloquecido que se vierte en una página pueden ser `poesía' y todo aquel que cree que conjugar sílabas sin concierto "reelaborando" al "Trilce" magistral habrá de creerse poeta. Es poesía, me dicen mis maestros de Literatura y yo les porfío, cuando la belleza no es un objeto esencial sino la organización de un texto, no hay poesía. Prefiero la lírica cultivada y sin edición que la edición de quien se consagra no más que por su nombre y pergamino.

Se ha perdido la estética y para algunos estudiosos descaminados la rima va más con el genio espontáneo de Polo Campos más que con la técnica de un actual ganador de lauros que profana la belleza.

Si es así, soy un clasicista, un seguidor de Quevedo, un apostador de la seguidilla relumbrante que toma la vía del siglo de oro español y se adentra luego en el talento magno de la generación del 98 y del 27. Nunca descubrí tan grandes figuras juntas en un tiempo convocando con real aprecio a las musas.

¿Y en el Perú? De que he leído he leído y me he encandilado poco con nuestros clásicos, pero sigo el camino minoritario y dar opinión seria impopular. Cuatro o cinco del XX me llaman al aplauso, otros no merecen el Olimpo, pero fama tuvieron más que nadie. Brillan algunos ignotos y otros no tan considerados. Y en la generación actual encumbran plumas brillantes, pero que a falta de reconocimientos, probablemente allí quedarán. Por lo demás, pocos leen poesía, no es el arte más popular.

PS: Si sirve de algo, la poesía habrá de renacer como arte y llegará al pueblo cuando se recite en los parques, cuando se encargue a los actores su interpretación, cuando se conjugue con música y espectáculo, cuando se multipliquen las ediciones escolares y cuando el periodismo la promueva y la promueva la televisión ¿Será?

jueves, 15 de noviembre de 2012

Ser querido

Decía Bryce que lo que más sustentaba su pluma era el deseo de ser querido. Tal urgencia solo lo puede llevar a la dependencia. Solo es esclavo o polichinela quien sujeta sus actos y palabras a la aprobación de los demás. En cierta forma y ya que es de vivir en sociedad ser aprobados, todos tenemos de esclavos y polichinelas.



Los celos, por decir, derivan del imperio de esa necesidad. Cuando el amor no es incondicional y de ida sino que exige retornos. Entonces la crispación gana al amante, que concede mayor valor al sentimiento del otro que al suyo propio y, por tanto, entiende que amar es también poseer, porque en la posesión nos aseguramos de echarle candado y llave al amor que nos prodigan.

Un político se expresa para ser querido, el artista extraviado urge del reconocimiento, el niño (que en todos habita) invoca al amor para no ser presa de vacíos afectivos que  originarán en él alguna perturbación. El intelectual genuino es libre, es un libre pensador que rompe la cadenas de los afectos y que se somete solo a la verdad de su opinión o creación. No aguarda el aplauso y, en consecuencia, su vocación es la independencia y la libertad.

El intelectual que sustenta una idea impopular sin medir las consecuencias o el novelista que engendra una verdad ficcional (aparente paradoja) sin reparos en el escándalo que puede generar su trama, es un sujeto libre que se concede el privilegio de la independencia, en muchas ocasiones, factor incidente de la soledad.

Entre ser querido y el perfecto amor, que es el amor incondicional de la madre al hijo, prefiero este. Entre la pulsión de ser amado y la verdad, prefiero esta. La autenticidad tiene un costo elevado, sin duda.

Bueno, al menos es lo que la razón me dicta. Es el deber ser, lo que la lógica de un intelectual demanda como actitud. La verdad, ya del humano razonador, ya del humano hecho de nervios y de sangre, ya del humano sensiblero y frágil que soy, es que a sabiendas de tal atadura, soy, a la vez, y como todos un "necesitado", débil, dependiente, exigente y recurrente buscador de la aprobación y el reconocimiento de los demás.

¿Y es que conociendo la miseria de ser tal, alguien no lo es? Buscamos la aprobación en lo que somos, en las elecciones que hacemos, en los actos que perpetramos, en las sonrisas con esperanza de vuelta, en los saludos, en el afán cotidiano de "quedar bien" o de "que nos lean". La necesidad de aprobación subyace en cada like del facebook, en el imperativo de crear y mostrar. Cuando no hay retornos el dolor es hondo, la desazón nos indica el camino de la soledad. No aspiramos al amor sin vuelta, como el de la madre, sino a la reciprocidad intensa, a ser amados, apreciados, simpáticos, admirados. No lograrlo es abrumador para el alma que no se satisface en la soledad del abismo. El escritor sabe que no debe escribir sino por el gusto de hacerlo, pero escribe para que lo lean, por una reacción. Escribir sin publicar es patético como lo es hablarle  agitado a un muro que solo nos devuelve los ecos.

La razón señala una vía, el corazón saboteador nos señala otra y nos domina. Tal es la realidad ingobernable del hombre. Esa es una de las tantas razones por las cuales no admiro a los héroes ni a los intelectuales ni a los artistas sino a los santos. Estamos sujetos a ese yugo, que es, probablemente y a nuestro pesar, una de las características más justificables y enriquecedoras de la existencia y del alma humana.

miércoles, 14 de noviembre de 2012

Generación y círculo

Algún curioso me pregunta que si soy escritor cuál es mi generación y mi círculo literario. Debo señalar que soy un solitario escribidor que no pertenece a generación alguna, atemporal. Mejor así que acompañarme de    personajes de pensamiento tan distante y concepciones tan disímiles. Las generaciones juntan injustificadamente a los antípodas que, por ser contemporáneos, no son necesariamente iguales. Mis contemporáneos, que frisan los 40 para abajo o para arriba, me tienen sin cuidado.



Por lo mismo carezco de círculos, no pertenezco a ninguno. No bebo ni fumo y Bryce, en sus términos, desconfiaría de mí (no confía en quien no bebe). Si alguna vez visité algún antro fue por una butifarra. Admiro, claro, a algunos escritores de mi edad y varios mayores y los admiro tanto por su pluma como por su disciplina y seriedad. No soy de bohemias y por tal me precio de ser antipático. Me acuesto a las diez y me levanto a las cinco. Mi entretenimiento mayor es ver los clásicos del viejo Hollywood y leer. Soy de vida familiar, de goces y juegos infantiles aunque, a veces, sean dos infantes los que me inviten a esa extraña dinámica. Mis amistades, que son realmente escasas. Me alejo de quienes perpetran venganzas, conspiran o practican el anonimato virtual. Mi dilección es la inocencia, será por tal que admiro más a los santos que a los héroes y que me acomodo mejor entre los simples.

Por tal razón carezco de generación y de círculos literarios. Soy un solitario a la deriva que solo escribe y que se jacta o avergüenza de ser apenas eso,un nerd, en el mejor sentido de esa extraña palabreja cuya raíz desconozco.

PS: Tras mi viaje a Ica reparé que, en cualquier, caso mi opción sería la de pertenecer a un círculo provinciano, al del Conde Plebeyo, a algún grupo chimbotano o más acá, a alguna sociedad de poetas de la Lima rural, lejos de la urbe.

Diferencias

En 1970 un joven intelectual hurgaba en las bibliotecas aquella información que requería para sustentar o completar un razonamiento. Podía hallar uno o dos elementos adicionales. Tardaba, posiblemente, días en elemental hallazgo y una buena parte del tiempo en procesar el documento en un papel. Del libro a la rudimentaria Remington.



Hoy, un joven intelectual recurre a la no siempre certera autopista de la información. Aunque debe cotejar más, encuentra decenas y cientos de elementos que le permiten enriquecer su investigación. Lo que en los 70 le costaba más esfuerzo y semanas, le toma actualmente unos minutos. Los cúmulos de datos que disponen a un mayor y mejor aprendizaje están allí y, por tanto, la oportunidad de construir sabiduría y erudición es hoy más tangible y real que hace unas décadas.

Un joven que en 1970 pretendía sorber del mundo, estaba forzado a tener recursos y utilizarlos para financiar sus viajes. Conocer de otras culturas implicaba viajar. Aunque es importante volar para quien tenga esa inquietud, hoy el mundo está al alcance de la mano en una globalización que nos invade. Con cierta disciplina cualquier explorador o cosmopolita sin recursos puede conocer de otras latitudes recurriendo a Internet o a cualesquiera de las decenas y centenas de canales de cable que lo aproximan a la vida de otras naciones. Y hay para toda expectativa y gusto, canales de viajes, de cultura, de exploración geográfica y estaciones nacionales que permiten una mirada a lo que la televisión de cada país tiene que decir.

En 1970, un solitario permanecía abrumado en su soledad, contactando apenas con la gente de su vecindario. Las redes sociales amplían el espectro de la amistad y la relación constante y fluida permanentemente. Cualquier curioso con ímpetu de aprender puede conocer más aun de la vida y pensamiento de los otros con solo construir una red en facebook. Esta herramienta le concede aprobación al que la requiera como un resorte psicológico, da luces sobre la cotidianeidad de cada quien y permite a cualquier curioso verificar el estado de la existencia de los viejos amigos. En algunos casos, algunos podrán comprobar que el tiempo transcurre para todos, que el deterioro del otro o de la otra a la que se aspiraba produce alivio y que el éxito coronó algunas vidas más que a otras. Estar comunicados tiene sus ventajas aunque lleva a algunos hacia una vida virtual que los aparta de la relación real, siempre más rica y provechosa.

Un periodista en los 70 resolvía su necesidad de información en los cables, se tardaba. Hoy tiene múltiples formas de llegar al dato en tiempo real inclusive. Este blogger supo del último gran terremoto de Japón a unos minutos de producirse y conoció de muertes y tragedias casi al instante de que se produjeran gracias al twitter. En otros tiempos hubiera tardado más horas. Siglos atrás la información tardaba horas o días y no se prestaba a la integridad.

Definitivamente, las olas de información y las múltiples vías de acceso al conocimiento deberían hacernos más sabios y proveernos de una mirada más amplia de la realidad. Un niño de 10 años tiene más fuentes de sabiduría que las que tuvo Aristóteles o Platón en la madurez. En un aparato pequeño puede actualmente caber una descomunal biblioteca y podemos acceder a un libro desde cualquier lugar en que nos encontremos.

Curiosamente hasta la enseñanza va a otro ritmo, a la velocidad y exigencia de los nuevos tiempos. Compruebo que a los niños que frisan los 8 años les enseñan temas que a los de mi generación se los enseñaban en la secundaria (bordeando los 13 años). El adelanto y la formación helicoidal habrá de llevar hacia generaciones portentosas que, por todo lo dicho, debieran estar más adelantadas que las de antes. Como todo en la vida, si es que se sabe aprovechar, desde luego. Porque el embrutecimiento no es más que una opción voluntaria.

sábado, 10 de noviembre de 2012

Desenfoque

Nunca había utilizado anteojos hasta hace una semana en que decidí retar a una ligera presbicia que me impide leer nitidamente de cerca. Aprendí una lección, no está demás decir, sobre las percepciones y las convicciones que ellas suelen generar.



Siempre que leía mis libros asumía que veía bien y que esas letras capturadas por mi retina no podrían verse mejor. Con los nuevos lentes mi visión de la realidad cambió. Ahora podía leer mis libros mucho más nitidamente aun, tanto que al sacármelos del rostro, mis ojos ya no veían esas letras igual. Reparé que, en realidad, antes veía mal y no tan bien como yo tan indubitablemente creía. El mito platónico de la caverna asomó en mi memoria.

Pensé ¿Y si hay quien se considera buen escritor a partir de su subjetiva, sesgada y miope lectura de lo propio? ¿Y si hay quien se considera medianamente agraciado no siéndolo en la mirada de los otros? ¿Y si el espejo engaña tanto como nuestra propia valoración de nuestras letras? ¿Y si este blog, lo que escribo y lo que asumo de mi mismo tan complacientemente está regido por un mal enfoque? Quizás desenfocados vivimos todos o yo más que nadie. Me ha ocurrido que a los años de escribir un artículo leerlo se torna en una experiencia desalentadora.

Si así fuera, contemplar lo que hacen los otros es una zona de mayor comfort que crear. Sin crear nos exponemos menos a la desilusión.

Solo dos veces he sido sujeto de la buena valoración de otros, una con un blog anterior a este, elogiado por muchos y por muchos elegido como el mejor del 2009 y 2010. Lo reviso ahora y no le hallo mayor cualidad. No sé si puedo juzgar el desenfoque de los otros o si mi desenfoque actual me empuja a desestimar lo que sí tenía un real valor. Mi opción es siempre por la modestia. Lo otro es un Ensayo por el que gané hace un par de años un premio nacional de Ensayo literario. En aquel entonces estaba convencido que iba a ganar y gané porque vi en mi Ensayo una conjugación de razonamiento y estilo que lo ponía en primera línea. Gané y acerté. No me ha vuelto a pasar, no me pasó antes y dudo mucho que me vuelva a pasar. Por lo demás dependería de la aprobación de los otros, quizás mejor enfocados que yo y, por tanto, indiferentes a lo que este escritor en ciernes pueda producir.

Los anteojos me señalan el derrotero austero y la realidad con desazones. Lección sutilmente hosca y tenuemente dolorosa la de un par de lunas que mejoran mi visión. Apenas eso.

jueves, 8 de noviembre de 2012

Si quieres aprender

Los libros amplían el vocabulario y el vocabulario la inteligencia. La suma de palabras y conexiones entre ellas incrementan el rigor lógico. Me he persuadido de ello como de la potencialidad de cualquier NN de villorrio y esquina de tornarse en un genio de la especialidad que prefiera.



Un joven que en sus 17 obtuvo un magro índice de coeficiente intelectual, puede en sus 40 enfrentarse aun a un test de CI más riguroso y bordear encima de la genialidad si es que ejercitó la mente, leyó y sorbió palabras.

Sí, de acuerdo, pero hay asuntos que no lo ofrecen los libros sino la experiencia y más la experiencia que se contrasta a los años. Podía asumir que hace 10 años tenía percepciones erradas, porque hoy las tengo más completas y precisas. Lo primero que se aprende con el devenir de años (y no tengo muchos a cuestas) es a ser humilde. La soberbia juvenil nos coloca en posición de autosuficiencia frente al mundo y la fe. El joven se cree inmortal y sabio, sin reparar en las deficiencias de su visión sobre sí mismo. Nos damos cuenta que al sumar conocimiento somos más conscientes de nuestra ignorancia y, por tanto, a más conocimiento más convicción de nuestra ignorancia y estupidez. Es una progresiva paradoja.

Luego reparamos que los categóricos son ciegos, que no es nuestro el futuro, que toda promesa (lo decía Borges) es un desafío a la muerte y que en todo "Nunca" como en todo "Siempre" se esconden sendas  apuestas demasiado frágiles para ser tomadas en cuenta.

Advertimos que vivimos perpetuamente evaluados y, en tanto evaluados, privados de nuestra libertad. Desde la escuela, toda la vida en sociedad (incluyendo todos los espacios, desde los íntimos y recónditos a los públicos) es una lucha por ser aceptados, queridos, admirados o, apenas, aprobados.

Caemos en la cuenta que la familia tiende a desintegrarse como las viejas estructuras del barrio, la forma de nuestra ciudad, la gente, el mundo. Todos se convierten en pasajeros. Unos vienen y se esfuman, otros se van con o sin estela. El cambio nos rige y así todos los pronósticos son precarios, errátiles. Los planes son elucubraciones, las promesas no más que palabras, los amores eternos no más que vientecillos fugaces; pero pese a todo los únicos que nos resistimos a cambiar somos nosotros, los Hombres. Los sermones no transforman ni al más crédulo, los actos difícilmente se convierten en hábitos.

La experiencia, que es magisterio siempre, nos alecciona sobre el valor del hoy, del ahora mismo, que como decía San Agustín, reúne toda la eternidad. Nos enseña, además, de la importancia de desbaratar toda posibilidad sobre aquello que hoy nos traba y optar por lo asequible y real. Tras sueños grandes se difuminaron muchas vidas al fondo de una bruma. Algunos persistieron deslumbrados por una dama distante y reacia, sin reparo en las cercanía posible de una dama asequible, real y tal vez mejor. Unos se centraron en el problema aritmético más complicado y así se pasaron las horas y al entregar el examen no cubrieron las demás preguntas; más fáciles, por cierto.

Se aprende, desde luego, a desconfiar de las subjetividades, a veces idiotas e inconsistentes, que nos juzgan en los concursos o en la crítica y que competir o buscar la aprobación es un abrazo al desaliento que no se justifica. Aquel que concursa en una lid de arte, por ejemplo, y es derrotado, no será necesariamente un mal artista. Podrá no ser apreciado por el jurado de turno, que optó por aquel que creyeron era el mejor. En el "creyeron" está la clave del buen o mal juicio sobre el arte. No siempre se juzga con bien o se califica con justicia y como jamás habrá un consenso o una decisión individual o colectiva que sea certera, los concursos solo son apariencias, espejismos. Después de todo, lo importante es el goce de la creación por si misma y la aventura de vivir y servir. El éxito es una ilusión, solo fracasa quien se propone el éxito, no fracasa quien solo se propone vivir y vivir bien el día. No más.

Servir, sí, estar permanente ocupados sirviendo a nuestro modo, de eso se trata, en buena parte, enriquecer la vida. Y en enriquecer la vida propia y la ajena es que debiéramos centrarnos. Se sirve del modo propio, a través de lo que hacemos y de lo que nos proponemos hacer. Ayer, mientras velaban a un periodista valeroso y valioso de El Comercio, comprendí (de palabras de un joven sacerdote) que se sirve no solo con la billetera o el recurso del que disponemos (aunque viene bien la caridad), sino también con la acción cotidiana, el trabajo, sea el periodismo, la literatura, el Derecho, la economía, la enseñanza (y, desde luego, el blog).

Se aprende que no hay primacía mayor que el mundo espiritual y la trascendencia y que el trabajo inicial es superar la angustia unamuniana derrotando a la soberbia materialista y clamando la luz que nos permite ver. La segunda primacía, aunque más mundana, para quienes tiendan al arraigo y la estabilidad es la familia, los hijos. Pero hay para todos los gustos y prioridades, mis primacías, en cualquier caso, no las puedo imponer a los demás. Son las mías, referenciales probablemente.

Se aprende que se es aprendíz y quien no lea ni vea ni piense ni procese la experiencia, estará en un rango inferior, debajo del que aprende. Una larva condenada a la necedad en su vejez y a la oscuridad en su momento.

Se aprende que hay ciertas cosas que con el tiempo carecen de sustento claro, el aburrimiento, por ejemplo. Nos sorprende ya el crispado aburrimiento de un niño y hallamos cada vez nuevas cosas por hacer aun en un encierro.

Se aprende que la vida debe ser devorar y volcar, al menos la vida de un intelectual. Que el intelectual no espera reacciones ni simpatías, solo volcar lo que cree y sabe. Volcar, volcar con un tentador efecto multiplicador que ya no nos compete una vez producida la emisión.

Podría seguir y seguiré y, con seguridad, el tiempo me advertirá que hay mejores y mayores realidades que las planteadas en la edad en que estoy y que tan romo como obrar mal es no obrar en demasiadas ocasiones, sumando al arrepentimiento por todo aquello que no hicimos y en su tiempo debimos hacer porque nos provocaba, apenas eso, porque nos provocaba, sí.

Se aprende que hurgamos la verdad en la filosofía, la historia, la sociología y demás, desdeñando la ficción, cuando es en las novelas que aprendemos del espíritu, la psicología y el carácter humano. Con Hamlet y Ricardo III en los extremos sé tanto de los hombres como de Raskolnikov, el principe idiota, los Karamazov o el jugador de Dostoievski. La vida no me presentó personajes tan aleccionadores como esos o no supe indagar en todos aquellos que se me acercaron. Otro error que se asume por vivir, no sondear en el espíritu y el carácter de quienes nos rodean. Solo los más sabios se tornan en interrogadores y exploradores del alma de sus amigos, parientes y conocidos.

Se aprende, si se aprende bien, a ser realista, paciente, resignado, a ser agradecidos. Se aprende de tal forma si es que se aprende bien, porque malos aprendizajes los hay, cuando sesgamos o asumimos la vida con valores destructivos, cuando de lo que se trata es de enriquecerla cotidianamente. Se aprende a no aguardar mucho de las personas y de las cosas, a soñar menos, a temer solo lo que se debe temer, a someterse al viento caprichoso que juega en ocasiones con la voluntad. A no someterse a las voluntades hechizas, a no maravillarnos tanto de las gentes como sí de los espectáculos más sencillos, a venerar la soledad.

martes, 6 de noviembre de 2012

El blog contra el libro

Algunos observarán con curiosidad el hábito de este blogger, colgar su poemario inédito y su ensayo también inédito sobre Garcilaso. Entiendo el estupor, pero me resisto a rogar la edición de mis obras o a ser objeto de calificaciones sesgadas que sirvan para la luz roja o verde.



Al decir verdad, al menos la poesía (en un inicio enviada a unos pocos, muy pocos a los que guardo gratitud), será editada pronto bajo mi propio peculio. Entre créditos y ahorros, me encargaré de darle una diagramación adecuada y una presentación que comulgue con su texto, un homenaje a la belleza y a todo lo que es elevado y nos dignifica.

El Ensayo (ver supra) sobre Garcilaso es solo una tentativa de interpretar originalmente al magnífico mestizo de nuestras primeras letras. No me he planteado editarla y asumo como cierto que el pensamiento debe compartirse gratuitamente, nunca canjearse por unas monedas, carece de precio. El Ensayo, al menos, jamás lo editaré.

Bien ¿Y por qué un blog para presentar, además de mis reflexiones, mi obra literaria en parte? Digo "en parte" porque hay obras que quizás editaré, pero por lo pronto me guía una convicción: el blog genera más lectoría que el libro impreso y lo que me interesa más que el derecho de autor y el cúmulo de ganancias es llevar belleza y conocimiento a mis lectores.

Por lo demás, planteo el siguiente ejemplo (extraído de la realidad de este blog). Una edición impresa de un poemario de 1,000 ejemplares no venderá ni el 20%. Imaginen que en el mejor de los casos venda los 1,000 ejemplares y pueda editar cuatro veces los mil ejemplares (ni con la fama de Gabo, probablemente). Vendería como un milagro espectacular, 4,000 ejemplares en librería. Desde luego que esto no ocurrirá, pero digamos.

En el blog y dada la lectoría que observo en las estadísticas de mi lectoría, en un mes, alrededor de 500 personas leerán mi poemario (porque cada día es lo que más ingresos de lectores genera). En un año serán más de 6,000 si la tendencia es constante, lo que hace 6 ediciones exitosas de un libro, todo un best seller.

Digamoslo así, el blog se mantiene, se enriquece y en varios años, podría ser el poeta más leído de mi generación (aunque no pertenezco a ninguna y odio la concepción orteguiana tan manida). Esperanzas o elucubraciones, ilusa pretensión o realidad extraordinaria, pero el blog concede esa oportunidad.

Sin embargo, dada la llegada editorial y la rigidez de los académicos, mi poesía no tendrá premios ni menciones, jamás tendrá un galardón por su existencia y no la tendrá aunque cuelgue diez poemarios, porque en la tradición el poeta que no edita en impreso no existe. Es decir, no existo, para la Academia Peruana de la Lengua, Raúl Mendoza Cánepa y su poemario "La Invención del Reino" no existen, son proto literatura, proyectos, posts.

Pero como me importa solo el lector y la literatura que sorbe y paladea, me interesa poco el reconocimiento de las élites y menos aun la crítica que se ceba del exterminio literario.


lunes, 5 de noviembre de 2012

Fábrica de literatura

El desaliento ganaba entre brumas de derrota. Estaba dispuesto a no escribir un verso más, ni un párrafo de narrativa más, ninguna línea más porque reparé que para el éxito literario cuenta el azar más que el talento y que muchos son los grandes escritores que viven entre nieblas, cosechando silencios en el anonimato.



No tenía planeado viajar, pero una obligación me llevó a Ica. Me tocó elegir el lugar y la fecha sin más artilugio que el azar. Elegí Ica, pero curiosamente la fecha la dispuse arbitrariamente, asumiendo que el primer sábado de noviembre era una buena opción. Lo que no sabía era que el 3 de noviembre era una fecha clave en Ica, se conmemora la muerte de un gran escritor iqueño y nacional, Abraham Valdelomar. Y fue el azar (aunque creo más en el rigor de una inteligencia detrás de los acontecimientos) lo que me llevó un 3 de noviembre del 2012 a la Biblioteca Abraham Valdelomar, precisamente, para hacer aquello a lo que había ido a aquella ciudad y fue el azar o más lo que me llevó en aquella fecha a aquella ciudad, donde ese mismo día (y sin merecérmelo desde luego), un gran pintor iqueño (Percy Gavilán), con tinta de huarango pintó obsequiosamente y para mí un retrato en tinta de huarango de Abraham Valdelomar (que esta semana, enmarcado, ocupa un muro de mi biblioteca personal y que adorna este post).

Tanta señas y esa convergencia de símbolos en torno a aquel magnífico escritor iqueño me parecía una suma de eventos, dispuestos uno tras otro, destinados a convencerme sobre la validez de escribir, sobre la ruta correcta y mi destino de escritor. En Ica, por cierto, me recibieron muchos poetas jóvenes. Alguno de ellos dispusieron de su mejor lección, comprendí que el ego es irrelevante en la poesía, que no debo aguardar premios ni guardar apetitos de gloria o éxito, que la literatura es placer el proceso y que el escritor debe producir, producir, producir literatura sin perseguir la gloria. El escritor, simplemente debe ser una fábrica de obras, sin calcular el futuro o el impacto de su producto o el designio intrascendente de su propio nombre. De eso se trata todo. Los laureles para los tallarines, decía el gran Luis Hernández.

Valdelomar me llevó a Ica, de alguna manera, sin que yo me lo propusiera y hoy en sus ojos que me atisban desde un cuadro (que halló un lugar privilegiado en mi biblioteca) percibo mi genuina función, la del creador que fabrica hoy sin atisbar el futuro, el asceta que suma delirios en versos y tramas sin aguardar premios ni gloria, el creador dispuesto a sumar y sumar obras, libros, letras sin más objeto que producirlos aunque el destino me corone de olvidos y densos silencios.

PS. Me pregunto si Alberto Benavides Ganoza (quien creó la Biblioteca Abraham Valdelomar - en la misma Huacachina- y ayuda a los jóvenes poetas y ha dinamizado la cultura en Ica) es consciente de su descomunal aporte a la cultura iqueña y el significado trascendente de su iniciativa. No solo es poeta e intelectual, ha creado una fuente de vida cultural que impresiona. El Perú requiere de un Benavides por cada región.

PS 2: Por cierto, bienvenida sea cualquier antología de escritores que asuma que el Perú no se agota en Lima y que escritores de fuste y talento los hay entre los desiertos, los cañaverales, los ríos amazónicos y las cordilleras bravías. Sin antologías descentralizadas solo hay antologías limeñas. No más que eso.

viernes, 2 de noviembre de 2012

La coyuntura, las emociones

Tenía un blog que analizaba la coyuntura política. Leerlo es como leer el latín, una lengua muerta. Aunque apreciado en su tiempo, un post sobre algún escandalete o la elección municipal, pasa raudo en su vigencia. Los acontecimientos políticos corren veloces y el tiempo no se detiene en un hecho de poder. El periodista  informa y voltea la página; el lector utiliza el impreso para envolver el pescado del fin de semana.



Sin embargo, la cultura, los pensamientos filosóficos, el arte, la reseña de un buen libro, los buenos momentos, quedan grabados en el tiempo como una colección que se estampa en el aire. Quizás por eso, las grandes obras literarias, las inmortales, tratan de la piedad, el amor, la esperanza, el dolor, el goce  y todo aquello que es fundamental en la existencia.  Esa es la razón por la que los grandes artistas sobreviven a las generaciones que se van sucediendo y es difícil distinguir quiénes eran las autoridades que regían durante el tiempo de Dante (aunque todos sepamos quién es y qué hizo Dante).

Así como las coyunturas políticas, son las emociones perniciosas. Hoy te exasperas, mañana ganas la serenidad; hoy odias y mañana la paz corona tus minutos; hoy el dolor marca tu frente y en unos meses la alegría esconderá las sombras del ayer. Así es la vida, un pasaje de coyunturas y emociones malsanas que se van, mientras que lo sustancial es lo que nos torna permanentes: el amor, la esperanza, la misericordia, la libertad, la fraternidad...

Hoy odias y en un arrebato asesinas. Dentro de diez años aún habitarás una celda porque un buen día en que te enfureciste (aunque ya has olvidado por qué y la causa ya no te sea importante) apretaste el gatillo. Tan absurdo fue ese crimen como la bofetada que propinaste ayer o el insulto que disparó tus labios antes de ayer. Emociones pasajeras que luego olvidas porque la vida sigue, pero las consecuencias también siguen y a veces se vuelven inextinguibles.

Distinguir lo fugaz y accesorio (en su peor versión, desde luego) de aquello que nos es fundamental, es lo que distingue a los sabios de los necios.

miércoles, 31 de octubre de 2012

La experiencia y los escritores tardíos

Siempre me han pretendido persuadir de la importancia de la experiencia y, sin embargo, reconozco entre muchos "mayores" (y algunos muy leídos) más de necedad que de sabiduría. Por lo demás las grandes creaciones e inventos fueron dados al mundo por autores y científicos que apenas transitaban la veintena. Muchos escritores decaen con los años y algunos gestores de la ciencia son incapaces de producir con la misma inventiva y riesgo en sus 40 o 50.


Por eso cuando me aseguran que es la experiencia lo que nos torna en "sabios de la aldea" lo dudo aunque sin sorna. Considero sí que el tema es de raciocinio, de buena lógica y premisas adecuadas y que en esa línea un hombre de 20 bien formado le puede llevar la delantera a uno bastante mayor.

Sin embargo, hay quienes en sus 20 no están preparados para crear y aguardan como lo hizo el gran Saramago, que produjo su obra al llegar a los 50 hasta ganar el nobel una décadas después. Garcilaso de la Vega (el nuestro) y Cervantes fueron también creadores tardíos y Lampedusa, tardío él, escribió el fabuloso "Gatopardo" entrando en la vejez, para morir sin saber que su obra sería un best seller y un clásico.

Asumo que a mis 20 no hubiera creado los versos de hoy y que requería de lecturas y palabras, de padecimientos cuajados, para crear sin ingenuidad. Quizás el tema sea individual y de genio y que en algunos casos el talento se forma, mientras que en otros es innato. No lo sé, solo sé que el talento que me interesa no es el que viene del útero materno sino el que emerge del devenir de los días. Prefiero pensar en la vida como una acumulación de múltiples aprendizajes.Procuro ver, leer, interpretar, conocer todo aquello que me permita tener una mirada más cabal y "darme cuenta". De eso se trata aprender y "devorarse el mundo y la vida", de un "darse cuenta", de afinar las ideas, de perfeccionar la visión del mundo. Seguramente, incluso algunas de estas reflexiones las podré ajustar en mayor o menor medida si el aprendizaje suma nuevos descubrimientos.

PS: Tema aparte y ya que me refiero a escritores tardíos. Al abandonar mi labor de jurista (aunque escribí una novela) y dejar a un lado mi profesión de abogado para asumir un nuevo reto en la 'cuarentena' (soy el más viejo de los jóvenes y el más joven de los viejos, lo confieso aquí), opté por quebrar mi vida en dos partes, no necesariamente equidistantes, por cierto. Escribí desde los 25, libros de ciencia política, Derecho constitucional y aporté a ese mundo lo que bien pude aportar y al abrazar el periodismo este año del señor decidí abrazar integra, desenfadada y radicalmente la literatura. Desde entonces no escribo sobre lo que la Universidad me enseñó y que solo es mi base para el pensamiento lógico sino que trazo líneas de ficción y poesía. Me dediqué de lleno a ser aquello que nunca me propuse por inseguridades que ya no vienen al caso detallar. Seré mal o buen escritor, pero es una opción que ya tomé sea el camino que sea que me toque recorrer, aun el de vender mercería o dulces. Pero la literatura es mi vida y lo era mientras fui jurista investigador, politiquero y libresco y lo seguirá siendo ad infinitum, por decir.

martes, 30 de octubre de 2012

La tolerancia

La intolerancia ha sido y es fuente de discordia y de guerras. Y creo como Luis Alberto Sánchez que hay que tolerar siempre, pero nunca a los intolerantes. Siempre tolero, por lo general comprendo (lo que es de por sí un esfuerzo de empatía en el sentido del sentimiento moral propugnado por Adam Smith: "colocarse en el zapato del otro") y algo menos que tolerar y comprender, justifico los actos de los hombres.



Tolero las diferencias, aquello con lo que no estoy de acuerdo. Convivo amablemente con quien piensa distinto y con aquel que no me guarda ni simpatías ni reverencias. Pero difícilmente tolero a quien no me tolera y que por no tolerarme pretende arrebatarme mi libertad. De allí que es legítimo todo rigor contra quien tiene como sustento exterminarme a mí o a mi libertad. El trato severo que dispensamos a un terrorista, a un subversivo antidemocrático o contra todo aquel dispuesto a tomar las armas para dar fin a la libertad es más que legítimo, una necesidad.

La democracia no puede darse el lujo de embobarse y autodestruirse albergando en su sistema de competencia por la alternancia en el poder a quienes asumen que la elección política es solo un instrumento del ideal revolucionario. 

Al margen de ese criterio, tolerar es aceptar la diferencia y no discriminar a quien piensa, se viste o tiene preferencias diferentes que las mías. La señal más visible de una sociedad tolerante es la diversidad. En una sociedad intolerante rige la monocromía, el aburrimiento, el pensamiento único.

lunes, 29 de octubre de 2012

Egoísmos

El hombre es naturalmente egoísta  Enséñele la foto de un grupo numeroso en la que él hace presencia y lo primero que hará será buscarse a sí mismo. El egoísmo es voluntad y el hombre, al decir de Schopenhauer, es voluntad pura.

No creo en las teorías antirreligiosas de Ayn Rand, me parecen sesgadas y sin la menor comprensión de la esencia del mensaje cristiano. Lo mismo ocurría con Bertrand Russell, ensimismado en las alegorías del Antiguo Testamento y ciego a las enseñanzas básicas del cristianismo. Sin embargo, hay elementos de las afirmaciones de Rand que comparto, básicamente sobre la legitimidad del egoísmo humano y sus implicancias en la independencia individual.

Mal se haría en ser feliz con el permiso de la Policía, tal como lo sugería Martín Adán (feliz con el permiso del guardián del manicomio donde eligió exiliarse) y mal se haría en someterse a criterios ajenos de felicidad o comfort. Cada quien elige su senda y su derrotero. Seguir la senda de la ventura dispuesta por otros es absurdo, como lo es el Estado omnisciente que pretende que seamos felices según sus pautas.

De allí la validez del individualismo como norma y la necesidad de entender que la célula básica de la sociedad es el individuo y que por encima de la soberanía estatal está la soberanía del individuo. En principio, esa es la base del pensamiento liberal.

domingo, 28 de octubre de 2012

Los poetas

¿Por qué ser poeta en el Perú? La mayoría mueren en la inanición y el desamparo. Ese es un tema. El otro es la lectoría. En el Perú muy pocos leen y los que leen literatura son menos y muchos menos aun los que leen poesía. Solo unos selectos lectores a quienes he enviado mis poemas (aun no reunidos en un libro) son los que entienden, de seguro, la razón poética y paladean de un buen verso. Pocos.



Las editoriales, por tal razón, publican esperpentos de celebridades faranduleras (con excepciones de algunos trabajos de buena calidad) y literatura infantil. Sí, si opta por la poesía, deberá ir tras los pasos de alguna editorial independiente a la que deberá abonar una suma para costos y ganancias por una discreta edición que no llegará a los anaqueles de las grandes librerías. Para ser poeta hay que resignarse a ser apenas un donador de libros. Con quinientos ejemplares dará la vuelta a Lima rogándole a algunos periodistas que le echen un ojo a sus páginas. Con suerte mirarán su portada. Otros ejemplares serán colocados en los escritorios de sus amigos y conocidos, de académicos y escritores. Del grueso, un porcentaje nimio, le dará un ojo a algunos poemas. Punto.

No importa cuan buen o mal poeta sea, la suerte es la misma. Solo le darán el vistazo de rigor cuando gane un concurso. Desde luego que para ganar un concurso lo que vale es la suerte y el "buen gusto", siempre tan subjetivo y caprichoso de algún jovenzuelo sin experiencia ni lectura que será quien determine qué obra va a manos del jurado y qué obra se queda a vestir olvidos. Jugar a los concursos es como jugarse a la lotería, prescindiendo, por lo general del talento. Puede haber algún premio riguroso, no pretendo ser categórico, por cierto.

Antiguamente, los premios nacionales de poesía proveían de fama, gloria ultraterrena y traducciones a poetas noveles (algunos de los cuales no parecían haber tenido el merito, pero me guardo la mención). Igual, el premio concedía el reconocimiento y una lectoría entre los círculos. Hoy el premio requiere otras condiciones y un poeta novel difícilmente lo obtendrá.

Al decir verdad, a veces el poeta se pregunta sobre la razón de escribir en un país que maltrata a sus poetas, y que les rinde honores post mortem. Se pregunta sobre el impacto de tantos y tantos festivales que solo existen para los poetas y los periodistas culturales, se pregunta sobre el espíritu cuchillero de escritores sobre escritores, la malquerencia entre colegas, la mala leche y el ensañamiento de críticos dados al exterminio, de la sensación de derrota que extenúa al más talentoso aunque menos consagrado.

Para ser poeta hay que escribir solo por el goce de escribir, para que te lean con envidia o saña, con indiferencia. Celebro a los selectos que aprecio y admiro y que "algo", al menos vieron en los versos de este escritor que camina entre sobresaltos de pluma y agotamiento en las falanges.

Aunque este blog nació para publicar "La Invención del Reino", un poemario que aun no da la luz en las imprentas (algunos posts más atrás lo podrá leer), es también un espacio para el análisis de la literatura, la queja que engendra y plasma en el alma del poeta.