martes, 30 de octubre de 2012

La tolerancia

La intolerancia ha sido y es fuente de discordia y de guerras. Y creo como Luis Alberto Sánchez que hay que tolerar siempre, pero nunca a los intolerantes. Siempre tolero, por lo general comprendo (lo que es de por sí un esfuerzo de empatía en el sentido del sentimiento moral propugnado por Adam Smith: "colocarse en el zapato del otro") y algo menos que tolerar y comprender, justifico los actos de los hombres.



Tolero las diferencias, aquello con lo que no estoy de acuerdo. Convivo amablemente con quien piensa distinto y con aquel que no me guarda ni simpatías ni reverencias. Pero difícilmente tolero a quien no me tolera y que por no tolerarme pretende arrebatarme mi libertad. De allí que es legítimo todo rigor contra quien tiene como sustento exterminarme a mí o a mi libertad. El trato severo que dispensamos a un terrorista, a un subversivo antidemocrático o contra todo aquel dispuesto a tomar las armas para dar fin a la libertad es más que legítimo, una necesidad.

La democracia no puede darse el lujo de embobarse y autodestruirse albergando en su sistema de competencia por la alternancia en el poder a quienes asumen que la elección política es solo un instrumento del ideal revolucionario. 

Al margen de ese criterio, tolerar es aceptar la diferencia y no discriminar a quien piensa, se viste o tiene preferencias diferentes que las mías. La señal más visible de una sociedad tolerante es la diversidad. En una sociedad intolerante rige la monocromía, el aburrimiento, el pensamiento único.

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