viernes, 26 de octubre de 2012

Tentación infinita

La primera novela o novela ensayo que escribí se tituló "La tentación infinita" o, si se quiere, seis ensayos sobre el placer. Un creador evoluciona y tantea en los años que la percepción de la realidad cambia como cambian muchas de las posiciones que se asumen. Por ejemplo, cuando escribí aquel libro asumía que la razón más sabia debería ser la que maximiza el placer y elude el dolor o lo mitiga. Actualmente desconfío del placer porque no podría ser un valor per se si es que no consigue en todos los casos su objetivo.

En ocasiones, algunos placeres pueden empobrecer la vida, en otras ocasionar problemas y, por lo general, cuando no se sostiene en sustancia espiritual, son episodios tan fugaces que solo dejan una estela ligera como señal de su paso. Finalmente y como en la canción ("Según pasen los años", de Casablanca) "un beso es solo un beso, una caricia es solo una caricia...las cosas fundamentales son las que se dan a través del tiempo". Así, lo sustancial y sustancioso no es tanto el placer sino lo que este siembra en aras de enriquecer la vida. De eso se trata a las finales, de enriquecer la vida y la enriquece quien sigue sus propias opciones, tanto quien disfruta de la piel y el labio como quien lo hace entre elevaciones místicas al pie de un altar.

En el ideal jeffersoniano (base de la Declaración de Independencia de los Estados Unidos), el hombre no tiene derecho a la felicidad sino a la búsqueda de esa felicidad, que cada quien conoce bien en que recoveco de sus sendas individuales se ha de hallar (aunque la felicidad es más una suma de instantes que un estado con vocación de permanencia).

Bataille, incluso, en La Literatura y el Mal, se refería a la necesidad de dosificar el placer para no abaratarlo en su abundancia. El aire es poco valorado porque nos es tan gratuito como habitual. Lo escaso suele ser más tentador y más valorado. Como fuera, la riqueza de la vida es un tesoro propio, íntimo, insobornable e irreductiblemente individual.

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