domingo, 18 de noviembre de 2012

Consejo para cualquier escritor

Al decir verdad y tras revisar decenas y decenas de biografías de escritores, quien busca la fama con crispación terminará por perderse de la belleza del camino. No se escribe para trascender ni para el aplauso (mucho menos aun) sino por el goce de escribir y de ser leído sin más.



Al principio el escritor se percibirá solo, sin atisbos de celebración, presa de un pronto olvido tras su obra anterior. En muchas ocasiones, esas primeras obras (salvo que medie un premio) pasarán, solo pasarán. En realidad, algunos lectores oirán de un tal por cual sin mayores lumbres de inmortalidad. Es natural. La literatura en sus laureles de gloria se forja de a pocos y con un minúsculo cincel. Solo al cabo de producir y producir un gran número de obras es que muchos alcanzan la perdurabilidad de la memoria, de la memoria del pueblo y de sus elites. No es un trabajo fácil, pues se trata de asumir la tarea literaria como una tarea industrial.

El proceso industrial del escritor se compone de tres fases: escribir, editar y difundir. Luego de la fabricación del primer objeto literario, se pasa al segundo sin echar la vista atrás. Y así, sucesivamente.

Quien persiga el éxito se angustiará gratuitamente, quien solo se preocupe por producir (en sus tres fases y en su cadena sucesiva de creación) gozará de los descomunales deleites que la literatura reserva a sus mejores hijos. La gloria es, en todo, caso una suerte de añadidura natural que deviene y se manifiesta al final como consecuencia del febril hábito de aprender, producir, aprender y mejorar.

Algunos optar tardíamente, pero se sostienen en la persistencia. Saramago fue un escritor tardío, que casi a los cincuenta se animó a producir y producir. El Nobel fue una consecuencia mayor. Otros dejan el proceso productivo trunco (sin editar en vida o tardíamente), pero ganan la inmortalidad: Giuseppe de Lampedusa murió sin conocer de su fama descomunal, fama que le sobrevendría apenas a su memoria, cuando el Gatopardo se convirtió en un best seller de talla universal. Bien hizo el amigo de Kafka, al negarse a quemar los manuscritos del escritor tras su muerte. Sin su desobediencia, Kafka no existiría en la literatura. Y hay más.

Salvo los afortunados, quien persista verá la luz en unos años y persistir es crear sin aliento, crear y crear, pero también leer, descubrir las técnicas narrativas o del verso en el sencillo y apacible hábito de la lectura. No hay más.

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