lunes, 19 de noviembre de 2012

Entregado a la literatura

Marcel  Proust vivió entregado a su obra magna, dividida en siete libros que publicó a lo largo de casi dos décadas. Los últimos libros fueron póstumos. Ayer en el suplemento El Dominical, de El Comercio, escribí sobre este fabuloso escritor cuyas crisis asmáticas coincidieron con el ritmo largo y ahogado de sus frases. Como él, me toca en ocasiones crisparme con la asfixia, pero en su tiempo no existían los inhaladores. El alivio llegaba tras una larga y sudorosa jornada de sobrevivencia entre infusiones extrañas y adelantadas agonías.



Proust era un solitario cuyo norte no fue la vida sino sus ficciones, más que sus ficciones, sus recuerdos atrapados en el papel, sus recuerdos inmortales, los recuerdos de mil detalles pacientes y minuciosos, la memoria de su madre y el dulzor de las tardes fantásticas en las que era provisto de sus atenciones, con el tiempo fugitivas.

Proust, en la opinión de este aprendiz de escritor, pretendió capturar el tiempo tras la muerte de su madre. Se recluyó en un sanatorio, se negó a ver la luz y luego reapareció, pero pocos años después gestó la mayor hazaña de la literatura universal.

No creo que sea posible entregarse a la literatura cuando esta se nutre de la vida. No podría crear una novela sin participar de la aventura cotidiana e inmediata de los posibles personajes que tomaré. Tengo el poemario y el libro de cuentos casi al borde de su edición y trazo ya las líneas y el primer capítulo de una novela que ignoro si habrá de ver la luz; pero descubro que su trama no puede inspirarse en las novelas que leí ni en personajes de papel sino en seres de carne y hueso, deleznables, inciertos, amargados, felices, fatuos, desgarrados. Solo la realidad me los permite y, por tanto, vivir y observar con atención se ha de conjugar con la extraña aventura de escribir.

No soy capaz de capturar los detalles como Proust, ni tengo la paciencia para destinar una treintena de hojas para describir un solo acto, pero me siento más cómodo en la novela que en el cuento, con mayor margen de libertad, sin imperativos ni exigencias. Escribir una novela produce más goce en este escritor que el cuento, cuyo objeto no es ganarle a la calidad con puntos sino por knock out. Me abstengo aunque ya produje un cúmulo de narraciones cortas cuya línea de continuidad es la angustia, el miedo atroz, la barbarie de la sospecha y la incertidumbre.

Confieso que en el 2011 eché al basurero una novela que no me convenció. Por increíble que parezca, opté por rechazar aquella novela corta sobre el poder que no llegaba a ninguna parte ni se componía, como debiera, de seres nerviosos y carácteres humanos. Los personajes deben ser siempre de carne y hueso, casi reales, sentimentales y no etéreos, que pasan, fríos y lógicos, psicológicamente inverosímiles. Pero para ser novelista se requiere tiempo y paciencia, pero especialmente la capacidad de entender lo humano y saberlo describir en sus honduras y desgarros a partir de sus conductas, sus gestos y sus decisiones.


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