viernes, 2 de noviembre de 2012

La coyuntura, las emociones

Tenía un blog que analizaba la coyuntura política. Leerlo es como leer el latín, una lengua muerta. Aunque apreciado en su tiempo, un post sobre algún escandalete o la elección municipal, pasa raudo en su vigencia. Los acontecimientos políticos corren veloces y el tiempo no se detiene en un hecho de poder. El periodista  informa y voltea la página; el lector utiliza el impreso para envolver el pescado del fin de semana.



Sin embargo, la cultura, los pensamientos filosóficos, el arte, la reseña de un buen libro, los buenos momentos, quedan grabados en el tiempo como una colección que se estampa en el aire. Quizás por eso, las grandes obras literarias, las inmortales, tratan de la piedad, el amor, la esperanza, el dolor, el goce  y todo aquello que es fundamental en la existencia.  Esa es la razón por la que los grandes artistas sobreviven a las generaciones que se van sucediendo y es difícil distinguir quiénes eran las autoridades que regían durante el tiempo de Dante (aunque todos sepamos quién es y qué hizo Dante).

Así como las coyunturas políticas, son las emociones perniciosas. Hoy te exasperas, mañana ganas la serenidad; hoy odias y mañana la paz corona tus minutos; hoy el dolor marca tu frente y en unos meses la alegría esconderá las sombras del ayer. Así es la vida, un pasaje de coyunturas y emociones malsanas que se van, mientras que lo sustancial es lo que nos torna permanentes: el amor, la esperanza, la misericordia, la libertad, la fraternidad...

Hoy odias y en un arrebato asesinas. Dentro de diez años aún habitarás una celda porque un buen día en que te enfureciste (aunque ya has olvidado por qué y la causa ya no te sea importante) apretaste el gatillo. Tan absurdo fue ese crimen como la bofetada que propinaste ayer o el insulto que disparó tus labios antes de ayer. Emociones pasajeras que luego olvidas porque la vida sigue, pero las consecuencias también siguen y a veces se vuelven inextinguibles.

Distinguir lo fugaz y accesorio (en su peor versión, desde luego) de aquello que nos es fundamental, es lo que distingue a los sabios de los necios.

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