miércoles, 21 de noviembre de 2012

Poeta joven




n farandulero sin talento ni creación puede ser muy famoso y reconocido en las calles por la hazaña roma e inverosímil de haberse casado con alguna vedetucha o una vedette (por decir) alcanzar portadas y nombradía por las formas (fotografiadas al detalle) de sus glúteos. Un poeta joven con lauro apenas logrará un minúsculo espacio como nota cultura espisódica en algún diario o revista.

El farandulero obtuso (a veces afamado, incluso, por su matrimonio con quien inmerecidamente tiene fama) deambulará por una calle larga abrumado por las miradas de cientos y el aplauso o la complicidad de los concurrentes. El poeta no será aplaudido ni aprobado por alguno. Será uno más en la masa envilecida por sus falsos dioses.

Sin embargo, el tiempo del artista es diferente del tiempo del famoso vil, ganado por una celebridad inmerecida. El tiempo del poeta, del novelista, del pintor, es lento, exasperamente lento. El artista se juega la celebridad a golpes de cincel, por suma de obra, por progresión constante y solo si logra superar las brumas podrá contarse entre los glorificados de ese gran Olímpo que linda con la inmortalidad.


No hay comentarios:

Publicar un comentario