jueves, 15 de noviembre de 2012

Ser querido

Decía Bryce que lo que más sustentaba su pluma era el deseo de ser querido. Tal urgencia solo lo puede llevar a la dependencia. Solo es esclavo o polichinela quien sujeta sus actos y palabras a la aprobación de los demás. En cierta forma y ya que es de vivir en sociedad ser aprobados, todos tenemos de esclavos y polichinelas.



Los celos, por decir, derivan del imperio de esa necesidad. Cuando el amor no es incondicional y de ida sino que exige retornos. Entonces la crispación gana al amante, que concede mayor valor al sentimiento del otro que al suyo propio y, por tanto, entiende que amar es también poseer, porque en la posesión nos aseguramos de echarle candado y llave al amor que nos prodigan.

Un político se expresa para ser querido, el artista extraviado urge del reconocimiento, el niño (que en todos habita) invoca al amor para no ser presa de vacíos afectivos que  originarán en él alguna perturbación. El intelectual genuino es libre, es un libre pensador que rompe la cadenas de los afectos y que se somete solo a la verdad de su opinión o creación. No aguarda el aplauso y, en consecuencia, su vocación es la independencia y la libertad.

El intelectual que sustenta una idea impopular sin medir las consecuencias o el novelista que engendra una verdad ficcional (aparente paradoja) sin reparos en el escándalo que puede generar su trama, es un sujeto libre que se concede el privilegio de la independencia, en muchas ocasiones, factor incidente de la soledad.

Entre ser querido y el perfecto amor, que es el amor incondicional de la madre al hijo, prefiero este. Entre la pulsión de ser amado y la verdad, prefiero esta. La autenticidad tiene un costo elevado, sin duda.

Bueno, al menos es lo que la razón me dicta. Es el deber ser, lo que la lógica de un intelectual demanda como actitud. La verdad, ya del humano razonador, ya del humano hecho de nervios y de sangre, ya del humano sensiblero y frágil que soy, es que a sabiendas de tal atadura, soy, a la vez, y como todos un "necesitado", débil, dependiente, exigente y recurrente buscador de la aprobación y el reconocimiento de los demás.

¿Y es que conociendo la miseria de ser tal, alguien no lo es? Buscamos la aprobación en lo que somos, en las elecciones que hacemos, en los actos que perpetramos, en las sonrisas con esperanza de vuelta, en los saludos, en el afán cotidiano de "quedar bien" o de "que nos lean". La necesidad de aprobación subyace en cada like del facebook, en el imperativo de crear y mostrar. Cuando no hay retornos el dolor es hondo, la desazón nos indica el camino de la soledad. No aspiramos al amor sin vuelta, como el de la madre, sino a la reciprocidad intensa, a ser amados, apreciados, simpáticos, admirados. No lograrlo es abrumador para el alma que no se satisface en la soledad del abismo. El escritor sabe que no debe escribir sino por el gusto de hacerlo, pero escribe para que lo lean, por una reacción. Escribir sin publicar es patético como lo es hablarle  agitado a un muro que solo nos devuelve los ecos.

La razón señala una vía, el corazón saboteador nos señala otra y nos domina. Tal es la realidad ingobernable del hombre. Esa es una de las tantas razones por las cuales no admiro a los héroes ni a los intelectuales ni a los artistas sino a los santos. Estamos sujetos a ese yugo, que es, probablemente y a nuestro pesar, una de las características más justificables y enriquecedoras de la existencia y del alma humana.

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