sábado, 10 de noviembre de 2012

Desenfoque

Nunca había utilizado anteojos hasta hace una semana en que decidí retar a una ligera presbicia que me impide leer nitidamente de cerca. Aprendí una lección, no está demás decir, sobre las percepciones y las convicciones que ellas suelen generar.



Siempre que leía mis libros asumía que veía bien y que esas letras capturadas por mi retina no podrían verse mejor. Con los nuevos lentes mi visión de la realidad cambió. Ahora podía leer mis libros mucho más nitidamente aun, tanto que al sacármelos del rostro, mis ojos ya no veían esas letras igual. Reparé que, en realidad, antes veía mal y no tan bien como yo tan indubitablemente creía. El mito platónico de la caverna asomó en mi memoria.

Pensé ¿Y si hay quien se considera buen escritor a partir de su subjetiva, sesgada y miope lectura de lo propio? ¿Y si hay quien se considera medianamente agraciado no siéndolo en la mirada de los otros? ¿Y si el espejo engaña tanto como nuestra propia valoración de nuestras letras? ¿Y si este blog, lo que escribo y lo que asumo de mi mismo tan complacientemente está regido por un mal enfoque? Quizás desenfocados vivimos todos o yo más que nadie. Me ha ocurrido que a los años de escribir un artículo leerlo se torna en una experiencia desalentadora.

Si así fuera, contemplar lo que hacen los otros es una zona de mayor comfort que crear. Sin crear nos exponemos menos a la desilusión.

Solo dos veces he sido sujeto de la buena valoración de otros, una con un blog anterior a este, elogiado por muchos y por muchos elegido como el mejor del 2009 y 2010. Lo reviso ahora y no le hallo mayor cualidad. No sé si puedo juzgar el desenfoque de los otros o si mi desenfoque actual me empuja a desestimar lo que sí tenía un real valor. Mi opción es siempre por la modestia. Lo otro es un Ensayo por el que gané hace un par de años un premio nacional de Ensayo literario. En aquel entonces estaba convencido que iba a ganar y gané porque vi en mi Ensayo una conjugación de razonamiento y estilo que lo ponía en primera línea. Gané y acerté. No me ha vuelto a pasar, no me pasó antes y dudo mucho que me vuelva a pasar. Por lo demás dependería de la aprobación de los otros, quizás mejor enfocados que yo y, por tanto, indiferentes a lo que este escritor en ciernes pueda producir.

Los anteojos me señalan el derrotero austero y la realidad con desazones. Lección sutilmente hosca y tenuemente dolorosa la de un par de lunas que mejoran mi visión. Apenas eso.

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